Liga: Real Madrid 1-0 Sevilla FC

Para ganar en el Santiago Bernabéu a un Madrid que todo lo que ha jugado esta campaña en su casa lo ha contado por victorias es imprescindible hacer un partido perfecto en todos los sentidos y fallar lo mínimo. El problema del Sevilla, pese al partido serio y bien planteado realizado, fue que erró más de la cuenta prolongando la vida de un Madrid que durante gran parte de la segunda parte tuvo a su merced, para ver como a 15 del final Di María hacía bueno aquello de que quien perdona demasiado lo acaba pagando. Merecieron mejor suerte los de Manzano, aunque en el fútbol, y ésa es la única verdad, todo se trata de una cuestión de eficacia.

El Sevilla salió al campo con una pareja arriba prácticamente inédita para Gregorio Manzano, formando Luis Fabiano y Negredo. Además, repitió con los marfileños en el doble pivote y con Konko en la diestra tras la lesión de Diego Perotti. En definitiva, un once de circunstancias para intentar salir al paso de los adversos contratiempos que deparan las lesiones. No por ello, sin embargo, el equipo salió desdibujado al césped del Bernabéu. Temían en Madrid la baja de Xabi Alonso y sin duda tenía mucho fundamento esa premonición, porque a los merengues desde el principio les costaba darle salida al cuero, pese a que hacían la pelota suya y tenían el dominio del juego. El Sevilla, muy junto, defendiendo incluso más adelantado de lo habitual, se dedicó en los albores del encuentro a esperar su momento, muy serio atrás, apenas sin dar opciones a las embestidas locales, ciertamente previsibles, pues Khedira y Lass no encontraban la llave.

El paso de los minutos fue desatando al Sevilla, que se daba cuenta que presionando un poco a la medular del Madrid podía hacer mucho daño a la contra. Así llegó en el minuto 23 un primer aviso de Negredo, que no acertó a disparar cuando mejor lo tenía en área rival. Un minuto más tarde un cabezazo de Escudé se perdía por muy poco al bote de un córner, provocando el suspiro de un Bernabéu ofuscado al ver continuos intentos ofensivos estériles de su equipo sin claridad ni orden. Las contras visitantes se sucedían y daba la sensación de que a poco que el Sevilla perdiera respeto al siempre imponente escenario podía hacer mucho daño, algo que se vio en la última jugada del primer tiempo, cuando Negredo le ganó la posición en un balón largo a Carvalho y fue derribado por el portugués, que era el último hombre. El colegiado señaló amarilla y Romaric obligó a que Casillas se exhibiera con reflejos ante un seco disparo raso.

El descanso no cambió el panorama del choque. El Sevilla se encontraba a gusto, esperando los errores del Madrid, muy bien plantado, hasta el punto de que se podía decir que tenía controlado el juego sin tener el balón. Nada más arrancar el segundo acto Konko tuvo en sus botas una excelente contra, pero mucho mejor ocasión tuvo Negredo en el minuto 12, cuando remató arriba encarando a Casillas totalmente solo. Los de Manzano perdonaban ya demasiado, pero el Madrid seguía sin dar con su fórmula, hecho que quedó ratificado con el doble cambio de Mourinho, sacando a Granero y a Pedro León por Khedira y Benzemá... Acto seguido el choque se puso un poco más de dulce, pues Carvalho derribó en el aire a Negredo y vio la segunda amarilla.

La situación no podía ser más propicia para dar la campanada. Y ocasiones había, con contras claras que sin embargo nunca se concretaban en situaciones concretas. El Sevilla no terminaba de coger con fuerza un partido que se le había puesto franco y tanta contemplación se acabó pagando a 15 de final cuando Di María hizo buena una jugada alborotada en el área. El argentino, con su gol, castigaba en exceso a un Sevilla que no hacía méritos para ir perdiendo, pero que comprobaba en sus carnes la cara más cruda del fútbol, en cuya ley máxima reza que no se le puede perdonar la vida a un rival superior y mucho menos cuando juega con el aliento de su gente. El final del choque fue un ejercicio de impotencia, con expulsión de Dabo incluida, de un Sevilla que estuvo demasiado tierno en los metros finales donde simple y llanamente sólo vale la eficacia.

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